Redes, imagen corporal y popularidad en la adolescencia

A menudo escucho a padres y madres, con hijos adolescentes, que ven como estos utilizan las redes principalmente para evadirse, relacionarse con amigos virtuales y seguir a los influencers. Están preocupados porque experimentan cómo esto les conlleva una cierta dificultad en relacionarse en la vida real y física. Los jóvenes entonces trasladan este canon distorsionado, irreal, en su día a día, buscando relaciones que se basen en la popularidad y el aspecto físico y no con las verdaderas necesidades y características innatas de cada uno de ellos.

La exposición de los chicos en las redes sociales es uno de los grandes conflictos actuales entre padres e hijos. Pero no es el único. Si hubiera un sistema que midiera la conflictividad familiar, este seguramente ocuparía el primer lugar en el podio junto con otros igual de sensibles, como las series que ven o las webs que visitan. La obsesión youtuber o el hiperconsumismo los empuja a pedir el último gadget tecnológico, por una presión de tribu o social, es decir, porque sus amigos lo tienen, y entonces ellos no pueden ser menos …

Así pues, ¿cuál es la clave, o claves, para hacer un uso sano de las redes y estos nuevos gadgets con los que nos conectamos?

Primero de todo, coherencia: hay que dar ejemplo. No podemos pedirles que hagan un uso medido y consciente de su teléfono si lo que ven en casa es un uso continuado e indiscriminado.

Otro punto importante en la adolescencia, y fuente habitual de fricción, es la exigencia -y autoexigència- para tener un buen aspecto y ser popular. Las apariencias para ellos lo son todo, en claro detrimento de la esencia. Durante esta etapa, es importante que los padres ayudemos a nuestros hijos a construir y desarrollar hábitos y rutinas saludables, realistas, ponderados, objetivos, para forjar unos patrones de alimentación y relacionales que beneficien su desarrollo psicoemocional y, en consecuencia, su futuro.

Es fácil y tentador creerse que “el trabajo ya está hecho”, que ya no son bebés ni niños y que ahora ya no es necesario que estemos encima. Pues sí, se deben supervisar -con la justa medida, sin monitorizar todos sus movimientos-, mantener un diálogo constante y detectar potenciales amenazas antes de que éstas sean más difíciles de tratar. Tienen unos hábitos, los cuales potencian una personalidad y ésta condiciona su vida actual a corto y medio plazo. Y, como padres, nuestro deber y responsabilidad es guiarlos en el día a día, incidiendo en estos hábitos. Están a punto de convertirse en adultos, pero todavía no lo son, por más que sus conductas o fisonomía ya hayan avanzado.

Y es que, sin jugar a ser sus amigos, podemos fomentar que se sientan bien y a tener una imagen corporal positiva, realista. Así se encontrarán cómodos y satisfechos con ellos mismos y lograrán un desarrollo saludable y con una mayor autoestima, que es fundamental.

¿Y qué podemos hacer los padres para fomentar un estilo de vida saludable? Lo primero de todo, es, de nuevo, ser un buen ejemplo y modelo a seguir. Comer de manera sana, con alimentos saludables y compartir las comidas familiares de manera tranquila, sin distracciones externas y con presencia y calidad humana. También podemos fomentar el deporte -colectivo, sin competitividades artificiales- de manera regular y compartirlo con ellos si es posible. Recordemos que el ejercicio físico contribuye también a una buena salud mental, más autoestima y en una actitud positiva hacia el cuerpo.

Como padre y madre, dar ejemplo de cómo es ser feliz con tu propio cuerpo, evitar dietas, y no hacer comentarios negativos sobre tu cuerpo o el de los demás. Enseñarles también, como la publicidad televisiva y online, siempre se utilizan trucos para crear imágenes que distan de la realidad. Y por último, y muy importante, valorar a tu hijo en sus cualidades y habilidades en lugar de su apariencia.

Así pues, nosotros, los adultos, debemos ser los primeros que creemos ejemplo, que nos queramos, cuidamos y respetamos, que encontremos momentos para descansar de las pantallas y nos comuniquemos. Sólo así crearemos un patrón saludable en la familia, que fomentará el inicio de una relación más sana y auténtica con nuestros hijos.