
El observador que soy determina el modo en que encaro el mundo y genera experiencias. Vivimos en mundos interpretativos. Todos somos observadores. Cada persona es un observador diferente. No sabemos cómo son las cosas, sólo podemos saber cómo las observamos o como las interpretamos. Es decir, vivimos en un mundo que interpretamos continuamente. Hay que tener muy presente que la manera en la que vemos el mundo es sólo eso: un modo de observar. Cada uno percibe la realidad de acuerdo con su propio sistema de percepción, a su propio paisaje de intuiciones, sensaciones, pensamientos y emociones, también su sistema de creencias, la herencia psicológica, etc.
Todos vamos por el mundo viendo las cosas de una determinada manera, según el tipo de observador que somos. Es como si tuviéramos puestas unas gafas invisibles, que modifican lo que vemos, generando una tonalidad que identificamos con el mundo en el que nos proyectamos.
El observador entra en acción y produce resultados.
Es fundamental comprender que todos somos seres humanos que entendemos de manera diferente, observamos diferente, pensamos diferente.
Para crear conciencia, es vital dar legitimidad a la diferencia. De ahí surge la riqueza que permite expandir los horizontes mentales, físicos, emocionales. Cuando no me hago consciente de qué tipo de observador soy, genero acciones que derivan en resultados similares. Si trabajo, en cambio, sobre el observador, puedo cambiar el marco de referencia, el enfoque desde donde miro, pienso, actúo y genero resultados.
Observar mi observador, permite trabajar para hacernos cargo de que esta es nuestra lente, tomar responsabilidad de la manera en que miramos el mundo, y trabajar para cambiar el enfoque y así poder llegar a un resultado diferente.
“El único verdadero viaje de descubrimiento consiste, no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos” .- Marcel Proust.